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La sorpresa de San Petersburgo (o cómo cambió mi opinión de Rusia)

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- Because we have a stupid president.

Con estas palabras, Ekaterina respondió tajantemente a mi pregunta sobre el hecho de que todo y siendo las 10 de la mañana, todavía era totalmente de noche en San Petersburgo. Según me contó, desde el pasado verano, el señor Vladimir Putin decidió que en Rusia no se iba a cambiar el horario entre el verano y el invierno, y lógicamente esto ha traído consecuencias, sobretodo a ciudades norteñas como lo es la antigua Leningrado.

Las calles, no obstante, estaban completamente llenas de trajín. Arriba y abajo. Bocinas, megáfonos, gente corriendo… Y es que pese a la anormalidad que a mi -y a la gran mayoría de petersburgueses, todo hay que decirlo- me producía, la vida ya había empezado hacía horas, mucho antes de la salida del sol.

Me dirigía junto a Ekaterina, trabajadora de noches del hostel en el que me alojaba a una oficina del gobierno en la que se pueden realizar todo tipo de gestiones relacionadas con el transporte público del país. Y me dirigía allí con la intención de cambiar unos billetes de tren que había reservado -¡y pagado!- por internet por que como ya sabéis, mis planes habían cambiado totalmente.

Pero recapitulemos. Llegué a la ciudad rusa procedente de Tallinn en un autobús nocturno que a eso de las 2 de la madrugada estonia, 4 de la madrugada rusa, cruzó la frontera en la localidad de Narva. Todo fue bien y poco tengo que destacar, sólo el hecho de tener que estar una hora al raso con todo el equipaje y a 17 grados bajo cero.

Desorientado y creyendo que era una hora menos de la que verdaderamente era, posé mis pies por primera vez en San Petersburgo, justo en frente de la estación Baltiyskaya, a las 6 de la mañana. De allí, combiné varios metros y un paseo de 10 minutos hasta mi albergue. Sorprendentemente había sido muy pero que muy fácil llegar.

Entré a la recepción y allí comenzó mi enamoramiento con todo lo que esté relacionado con San Petersburgo. Ekaterina, se encontraba adormecida delante del ordenador y en vez de mandarme a la mierda por venir tan temprano -realmente, estando en Rusia, era lo que me esperaba-, me ofreció asiento, té y conversación durante ¡2 horas!

Charlamos de todo y gracias a esta agradable charla matutina, ella se ofreció a acompañarme (me lo llegó a pedir por favor) al lugar al que tenía que ir a cambiar los billetes cuando ella acabara su turno nocturno. Os juro que no me lo podía creer, casi se me saltó una lagrimilla.

Y a eso que fuimos, aún de noche y con un sueño de mil demonios. Pero lo mejor de todo es que lo conseguimos. ¡Ya he recibido el importe casi al completo (95%) en mi cuenta bancaria!

Esta sólo fue la primera de las muchas sorpresas que San Petersburgo tenía preparadas para mi.

Desde el momento en que salí a la calle por primera vez, me sentí muy a gusto en la ciudad. Caminaba arriba y abajo por la Nievsky Prospekt como si fuera la calle de cada día, como si me la conociera de toda la vida.

Los canales, todos ellos helados, evocaban una paz absoluta en medio de la jungla de coches. Y los edificios y palacios (madre mía, ¡los edificios y palacios!)… Qué belleza… San Petersburgo es toda una filigrana comparada con Moscú. Una joya barroca con historia en todas partes, en cualquier esquina y cualquier recoveco.

Por su parte, Moscú también es un libro de historia abierto, pero se podría considerar que Moscú muestra una faceta histórica mucho más reciente, la de los años de comunismo y la URSS. En cambio, en San Petersburgo o al menos en su centro histórico, lo que predominan son los palacios, iglesias y demás edificios de la época palaciega, en la que los zares gobernaban el país.

¿Pero qué fue lo que más me gustó de San Petersburgo? Inevitablemente, sus vistas. Soy de esas personas que se serena al ver grandes espacios, bellos y cuidados y cruzar el río Neva para admirar desde la otra orilla la inmensidad de la silueta de los palacios de San Petersburgo… es algo impresionante.

El río, por cierto, estaba totalmente congelado, por lo que se hacía imposible navegar por él. En cambio, lo que sí se hacía y vi a varia gente hacerlo, fue pescar en sus congeladas aguas. Abriendo un profundo agujero e introduciendo a través de éste una red, podían conseguir pequeñas capturas de las profundidades no congeladas. Muy interesante.

Otras vistas que me fascinaron, fueron las que tuve una vez hube subido los 262 escalones que llevaban a la base de la cúpula de la Catedral de San Isaac. Fue entonces cuando vislumbré lo enorme que se me antojaba San Petersburgo para los días que iba a estar allí.

Mis días en San Petersburgo se pasaron volando. Hubiera necesitado muchos más para poder sentirme cien por cien satisfecho con mi visita. Desde los palacios de las afueras (la mayoría cerrados o en restauración en invierno) hasta las grandes avenidas soviéticas con las que también cuenta la ciudad. Me han faltado muchas cosas pero no me preocupa por que sé que volveré muy pronto.

Como ya sabéis, volé desde San Petersburgo hasta Pekín. Tomé esta decisión por varias razones pero principalmente por que tras mis días en los países Bálticos y en San Petersburgo, me di cuenta de algo serio: iba a ser demasiado duro, tanto que corría el riesgo de no disfrutar del Transmongoliano, ese sueño que tengo desde hace tanto tiempo. Y esto no me lo puedo permitir. Quiero que cuando haga esta mítica ruta sea muy especial y sobre todo, quiero disfrutarla a tope. En invierno, por una parte no hubiera encontrado a nadie durante el camino, pero además, el viaje se hubiera hecho muy complicado, cargando con montones de ropa, caminando con las mochilas por la nieve, a muchos grados bajo cero… En fin, que no es lo mismo. Además, y por si esto fuera poco, para acceder a lugares como la isla de Olkhon, en el lago Baikal, la única forma era pagando un costoso tour organizado que rondaba los 200$. O en la misma Mongolia, en la que los tours suben de precio en la época fría y en dónde además, hay que tener en cuenta que la poca afluencia de viajeros, aún iban a encarecer más los viajes por el país.

La decisión ha sido, pues, para poder hacer el Transmongoliano en época de calor para una única cosa: disfrutarlo al cien por cien, como esta ruta se merece.

Pero volviendo a San Petersburgo, a parte de las vistas, había un lugar que por nada del mundo me iba a perder, y este era sin duda la colección principal del Hermitage, en el Palacio de Invierno. Se trata de uno de estos museos que requieren mucho tiempo para conocerlos al completo, pero que para un visita turística hay que seleccionar y restringir un poco el recorrido dentro de ellos. Yo le dediqué un día casi por completo, entrando allí a las 10.30 (hora en que abren) y saliendo a las 17, un poco antes de que cierren.

No os voy a contar todo lo que vi, por supuesto, pero mis intereses artísticos se alejan un poco de las etapas del Renacimiento, Barroco y Rococó (la colección principal del Hermitage es de estas épocas) así que rápidamente subí a la planta superior y allí encontré a mi arte favorito: el Impresionismo, el Modernismo y el Simbolismo del siglo XIX y las corrientes del siglo XX.

Aluciné. De verdad. Creo que jamás había estado sentado tanto tiempo en frente de una sola pintura. Eso sí, sólo de una, mi favorita y que casualmente se encuentra en una sala “fea” y a la que poca gente da mucha importancia. Os habo de “Danse” de Henri Matisse, y es que este pintor me fascina. Es supremo. Me encanta como utiliza los colores, juntándo los menos esperados y dejando que ellos hagan el resto. No existen las sombres, el oscuro o el claro. Todo es color.

Aunque no solo de Matisse se nutre mi gusto artístico, claro…

Y ya que os hablo de color, no podía faltar en este artículo otra mención especial a otro de esos lugares que durante mi visita a San Petersburgo me han dejado con la boca abierta de par en par: los interiores de la Iglesia de la Sangre Derramada. Una auténtica filigrana digna de las más famosas joyas del Vaticano. Poco más que decir ante maravillas como estas. Lo mejor en estos casos es dejar que las sensaciones fluyan libremente por el cuerpo sin intentarles buscar razonamientos.

Pero poco a poco, las luces de los días en San Petersburgo se fueron apagando y con un poco de pena -aunque con mucha ilusión- tomé el metro hasta la estación de Moskovskaya (no pude evitar recordar con este nombre el vodka barato de tantas y tantas fiestas veraniegas :P ) y allí tomé una marshrutky (furgoneta de línea) que por 30 rublos me dejó en la terminal 1 del aeropuerto de Pulkovo, la que está dedicada a los vuelos internos. Y es que volaba a Pekín haciendo escala en Moscú.

Lo que vino después ya os lo podéis imaginar totalmente.

Me iba de Rusia muy prematuramente según mis planes. Pero no os podéis ni imaginar con qué satisfacción me iba. Sabía que había logrado algo muy importante. Le había dado una nueva oportunidad al país que peor me lo hizo pasar en un viaje. Y acerté. De pleno. Los días que estuve en San Petersburgo fueron tan grandes: había conocido a gente maravillosa, me había sentido como en casa en mi albergue, había conocido lugares de una belleza sin igual y sobre todo, me había sentido muy pero que muy a gusto en el país. Me sentía totalmente capaz de ir a por él y acometer el Transmongoliano, pero quizás fue esta nueva perspectiva del país la que como os he dicho, me hizo determinar que en otro momento (quizás a la vuelta de mi viaje asiático, quién sabe…) podría disfrutar mucho más.

Dije adiós a Rusia, dije adiós a Europa y me monté en un avión de Aeroflot con destino a la capital china, Pekin, una urbe de más de 20 millones de habitantes y que ya habia visitado en 2009. No obstante, la emoción de llegar por fin a  Asia, hacía de estos datos una simple anécdota más, una simple curiosidad.

Asia, here we go!

Si queréis ver algunas fotografías más de mis días en San Petersburgo, no dudéis en visitar su correspondiente álbum de Flickr.


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